Honor y Gloria al Cura Manuel Pérez Martínez ¡No se trata de matar sino de defender la vida de los pobres! ×


Al Pueblo De Venezuela y Pueblos del Mundo,

A las Comunidades Organizadas y Autogobiernos Populares,

A las Organizaciones, Movimientos y Fuerzas Populares y Revolucionarias,

A los Medios de Comunicación, Nacionales e Internacionales,

A la Opinión Pública, Nacional e Internacional,

A todos y cada uno de quienes luchen por la Vida,

Al Mundo entero,

Hermanos y Hermanas:

Nosotros creemos que la lucha de clase y la lucha armada como expresión de esta lucha de clases si tiene sentido. Estamos precisamente en un momento de confrontación abierta y muy dura; precisamente porque el socialismo ha sufrido un golpe estratégico.

 

Pero la lucha sigue siendo necesaria, incluso mucho más necesaria que antes, porque, los problemas que tiene la población no se han resuelto en absoluto con el capitalismo, si cada uno de estos países miramos como vive la gente, vive peores condiciones sociales, económicas con mayor falta de garantía hasta de vida mas también de democracia y de libertad que vivía antes.” MPM

Ese era el pensamiento de a quien en éste febrero rebelde le honramos su memoria, El Cura Manuel Pérez Martínez. En el mundo cada cierto tiempo se presentan hitos que marcan el comienzo, la construcción de un nuevo futuro. Colombia vivió en la década de 1960, ese hito. Desde entonces el camino a LA REVOLUCIÓN se ha ido construyendo hombro a hombro con el pueblo, armados de compromiso, amor, convicción y entrega para no desfallecer. El sector de La iglesia católica, más cercano a la realidad y al trabajo con los pobres, comenzó la búsqueda de ese hito a través del amor eficaz. Así, como fuerza espiritual comprometida, comenzó su acompañamiento y práctica ejemplar en el camino a la Revolución.

Manuel nació el 9 de mayo de 1943 en Alfamen, pueblo de la provincia de Zaragoza en España. Hijo de campesinos pobres, compartió con sus padres y su único hermano el amor por la tierra y por los seres humanos.

Su pueblo, como su gente, guardaba hondas vocaciones hospitalarias. Alfamen era el pueblo de todos. Sus padres le inculcaron desde temprana edad su amor por la educación y la solidaridad con todos. Estudió la primaria en su pueblo. Su maestro, José María, con apellido borrado por el paso de los tiempos, era un eterno cuestionador de los sacerdotes predicadores de bondad, pero no cumplidores de los preceptos bíblicos.

De esas paradojas nació un sentimiento por conocer la vida del seminario y así lo hizo. Hecho joven pasó al Seminario Mayor donde se dedicó al estudio de la filosofía. Fueron tres años en Zaragoza vinculados a trabajos pastorales en los barrios pobres de aquella ciudad. La juventud obrera católica (JOC) fue su primera experiencia organizativa. Con la filosofía aprendió a conocer algunos textos marxistas. Al tener relación con los obreros el marxismo, aunque no en profundidad, comenzaba a despertarle el interés por conocer ese mundo nuevo que se le insinuaba. En el seminario conoció a Domingo Laín Sáenz y a José Antonio Jiménez Comín y juntos, además de sacerdotes, se volvieron soñadores. Llenos de vigor, de juventud, de honradez y de bultos de romanticismo, cargaron sus pocos bártulos y emprendieron el camino de la vida en dirección a Francia.

Eran los tiempos de los curas obreros y ese mundo cada vez los penetraba más. En Lille trabajaron con los obreros de fils de la Charité. Limpiaron hospitales, asearon oficinas, barrieron calles y quebraron algunos vidrios del Ministerio de Guerra.

En Francia conocieron el capitalismo, su frialdad, sus lacras, su insensibilidad, su odio por los pobres, la profunda tristeza de los emigrados. Al asomarse a esta ventana se hizo evidente su progresiva toma de conciencia de la profunda opresión sufrida por los trabajadores; lo que los obligaba a explicar el sentido y las exigencias del amor cristiano desde una óptica humanista y solidaria. Allí quedaron marcados por siempre y su posterior actividad intelectual y pastoral tiene su sustento en este despertar.

En América Latina se inscribieron en el Seminario Hispanoamericano, en el cual tuvieron conocimiento de Camilo, del Frente Unido, reconocieron a Colombia en su imaginación y supieron que esa era la patria que guardaría sus huesos. Camilo se volvió un símbolo y su ejemplo los guió por el camino sin retorno de su compromiso con los pobres.

Muerto el símbolo, comprendieron que su evolución, al igual que la de Camilo, los llevaría como a él, al amor por sus hermanos hasta las últimas consecuencias. Partieron de España en 1967 con sentimientos encontrados: la incertidumbre por lo desconocido, mezclado con la fuerza que los empuja hacia la aventura.

La imagen que habían construido de América Latina era demasiado romántica e ideal, nada comparable con aquel mundo de falencias, ciertas, más parecidas al surrealismo mágico relatado en mil ensayos por las plumas más brillantes del habla hispana. Aterrizan en San Juan de la Maguana, provincia ubicada en la frontera con Haití. Y para su espanto encuentran este cuadro de Dante: 95% de iletrados (toda la población negra) y, por tanto, sumidos en el dolor, el desprecio y el olvido. 21.000 haitianos masacrados por Duvalier (Papá) días antes de su llegada, fueron la bienvenida. Este pueblo estaba lleno de angustias y temores explicables por la dureza de su existencia. En el cercado, Vallejuelo, Hondo Valle (República Dominicana) conocieron el vudú, esa extraña mezcla de religión y brujería por la que se sacrifican niños para aplacar la indignidad.

También conocieron a los pistoleros que sin ningún recato portaban sus armas y le clavaban varios tiros a quien no fuera de su agrado. Eran los días posteriores al dictador Trujillo y su nefasta y criminal política racial contra los negros dominicanos y haitianos. Organizan a las comunidades campesinas y con ellas van emprendiendo el camino de la unidad y la lucha. Esta labor comunitaria les acarrea problemas y amenazas de los terratenientes.

El Obispo de la diócesis, Monseñor Reily, norteamericano, los invita a mantener sus fecundas enseñanzas, pero bien lejos de su diócesis y del país. De nuevo al mar y a pensar en el inextricable mundo de lo desconocido. Con sus pocos enseres llegan a Cartagena de Indias Manuel, Domingo y José Antonio. En Cartagena se encuentran con Carmelo Gracia (sacerdote español que llevaba días de estar en Colombia). Después de algunos días, Domingo Laín se marcha a la fría y distante Bogotá, a convivir con los pobres del barrio Meissen.

En Cartagena comenzaron como obreros, habitando en el barrio Olaya Herrera, en una de las casitas de tablón, hurtadas a la Ciénaga de la Virgen en los ratos de marea baja. El nivel educativo en Cartagena era más elevado que el encontrado en República Dominicana, aunque muy similar con respecto a las condiciones de pobreza. Sin embargo, existían facilidades de asociación y de mayores niveles de conciencia. En aquellos días se estaba esperando el CELAM y estas perspectivas de compromiso social de la Iglesia los animaban a continuar en la brega.

La situación del país era explosiva. Camilo seguía presente, a pesar de muerto, en todas las reuniones, eventos, tanto culturales como sociales. Inmensas movilizaciones estudiantiles, obreras y populares generaban el ambiente propicio de las tesis liberadoras. Participaron como voceros de las comunidades en el Paro Obrero Nacional de comienzos de 1968 que enfrentó al pueblo con el gobierno de Carlos Lleras Retrepo. Aunque, como es repetitivo en la historia nacional, todo se resolvió en una mesa servida de buen vino, donde Tulio Cuevas y José Raquel Mercado, máximos dirigentes de la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC) y la Central de Trabajadores de Colombia (CTC), respectivamente, entregaban las reivindicaciones populares.

En 1968, surge la figura grandiosa de Monseñor Gerardo Valencia Cano, quien con cincuenta sacerdotes más dan fe por el hombre y el mundo nuevo, haciendo suya la opción por el socialismo a través del movimiento conocido como Golconda. El movimiento de Monseñor Gerardo Valencia Cano comienza a señalar las contradicciones políticas y teológicas con las jerarquías eclesiales y por el camino de Camilo confrontan tesis sobre el amor fraterno entre los seres humanos, el llamado amor a Dios, los cultos, el papel del sacerdote en la sociedad, las relaciones de la Iglesia con las comunidades, la sociedad y el Estado.

Manuel, José Antonio y Domingo acompañaron a Monseñor Valencia Cano en Golconda, al lado de otros sacerdotes como Vicente Mejía, René Gracia, Roberto Becerra, Manuel Alzate, etc. Con Golconda el compromiso se hace permanente: se crean formas organizativas en los barrios, se confronta en la calle al Ejército, se generan cabildos abiertos en el centro de Cartagena, con participación de todos los estamentos urbanos.

De ahí, como respuesta, son detenidos y se les comunica la decisión del gobierno de expulsarles del país. Agotadas las instancias legales se abrió paso a la necesaria reflexión: ¿qué haría uno de esos pobres si fuera tratado en las mismas condiciones que ellos lo fueron? Claramente se veía que para acompañar, para ser uno más del pueblo, no había sino tres opciones: ser encarcelado, ser asesinado o irse para las montañas a luchar por la liberación.

Esta última opción se hizo realidad: el camino de la guerrilla y la lucha armada estaba decidido. Se reunieron con once compañeros de Golconda para comunicarles la decisión e invitarlos a caminar con ellos. Todos, de una manera colectiva, aprobaron y se reunieron en la misma esperanza. Convinieron que harían pública su presencia en la guerrilla después de estar vinculados al ELN. Fueron expulsados del país a finales de 1968.

Al regresar a Bogotá, ya en secreto y clandestinos, sufren un tremendo golpe al enterarse que el contacto con el ELN acababa de ser asesinado. En efecto, Rómulo Carvalho, dirigente estudiantil de la Universidad Nacional y primer responsable del trabajo urbano de Bogotá, fue asesinado en mayo de 1969 durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo. Finalmente, lograron ponerse en contacto con la fuerza guerrillera y se incorporaron. De aquellos primeros días quedan demasiados recuerdos: a su llegada los recibió el Estado Mayor en cabeza de Fabio, quien resaltó el internacionalismo y la solidaridad; además, eran los primeros sacerdotes que se incorporaban después de Camilo. De entrada, fue grande el impacto de encontrar no aquella guerrilla mítica y soñada, sino un grupo de campesinos mal armados y llenos de necesidades materiales. La convicción de aquellos campesinos, en su mayoría jóvenes, les causó profunda admiración.

Ocho meses después de la incorporación de los tres sacerdotes al ELN, muere José Antonio Jiménez Comín cuando tenía 34 años de edad. Sus huesos reposan en la cordillera de San Lucas. El comandante Domingo Laín Sáenz cayó en combate el 20 de febrero de 1974 en la quebrada la Llama, jurisdicción de municipio antioqueño de El Bagre. Al igual que Camilo, trató de recuperar el arma de un soldado caído y éste, agonizante, reaccionó y le incrustó tres proyectiles en su pecho. Su muerte fue fulminante. Varios combatientes trataron de recuperar su cuerpo pero no pudieron. Uno de esos valientes también marchó con Domingo a la eternidad.

“Yo estuve sin saber de mi familia durante nueve años. Cuando ya supe de mi familia, ya habían muerto mi padre y mi madre. Hacía ya varios años. Ellos tampoco volvieron a saber nunca de mí. Lo más duro que me dio fue una vez que se habló de mi supuesta muerte, con mucha certeza, yo no podía comunicarme con mi mama, pero yo si la oía hablar a ella por radio. Le hacían una entrevista en donde ella decía que me estaban haciendo misas por mi eterno descanso. Que ella estaba segura de que yo era un hombre muy bueno, aunque decían que yo había muerto por malo. Y que ella oraba mucho para que, ya que había muerto, pues que Dios me llevara al cielo. Yo la oía en esa entrevista, pero las condiciones de la guerrilla en ese momento eran de una guerrilla errante, nómada y nunca me pude comunicar con ella.

 

Ella murió sin saber si yo realmente había muerto o no.(…) Mis padres se llamaban Marcelino Pérez y Herminia Martinez.” MPM

El ejemplo de José Antonio y Domingo, mantuvieron a Manuel vivo y con la dignidad en alto. Muchas montañas y trillos sintieron la cercanía de Manuel. La fuerza del ELN hoy es su propia victoria, unida a la voluntad y decisión de un cuerpo de mandos y combatientes que hacen grande esta causa, al ELN, y que nos permiten soñar en un mundo nuevo. El comandante Manuel Pérez Martínez, murió el 14 de febrero de 1998 a las 6:13 p.m. Ese frío soplo de la muerte ha apagado físicamente un gran valiente y noble espíritu; ha paralizado un incansable y cálido corazón humanista, tierno, internacionalista, solidario, fraterno, exigente, laborioso, guerrero, profético, amoroso, patriótico, deportista, hacedor, constructor, corazón que vibró con todo su vigor en la defensa de la causa justa de la lucha popular y en la defensa incansable de la revolución continental. Su prodigiosa personalidad y su grandiosa imaginación lo llevaron a concebir grandes obras y pensamientos nutridos del tomarle el pulso a diario a la realidad nacional y del conocimiento profundo y asimilación creadora de sus más próximas fuentes, el Camilismo y el Guevarismo.

¡No se trata de matar sino de defender la vida de los pobres!

Rescatando la Memoria Histórica Revolucionaria,

Con Bolívar y Chávez, decimos ¡a la carga!

Con Bolívar y Chávez, decimos ¡a la carga!

Desde Venezuela, Tierra de Libertadores, a 525 años del inicio de la Resistencia Antiimperialista en América, y a 207 años del inicio de Nuestra Independencia,

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La Coordinadora Simón Bolívar, una Organización de Base, Revolucionaria, Solidaria, Internacionalista, Indigenista, Popular y Socialista.

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