Ricardo Durán fue un comunicador, un periodista. En teoría, el Colegio Nacional de Periodistas (CNP) lo consideraría un “colega”. Pero el CNP no dirá nada hoy. Ni mañana. Ese no es su trabajo. Menos luego de las revelaciones tremebundas que comienzan a aparecer sobre cómo fue asesinado. Y por quién. Y ese silencio grita.
Sería muy interesante que alguien investigara en qué medida los sistemas mundiales de comunicación de masas trabajan al servicio de la información y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda más: lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular con facilidad el número de personas que trabajan para la publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan en silencio? ¿Cuál de las dos cifras sería mayor?
Ryszard Kapuscinski
Ya es suficiente lo que significa el silencio hasta ahora en materia de comportamiento mediático, en general, en la plataforma de siempre (local y global). Pero lo que entraña el silencio actual sobre el asesinato de Ricardo Durán dice a los gritos muchas otras cosas. Enuncia que el trabajo de los “periodistas” es administrar silencios. Silencios beligerantes porque se saben soldados, se saben en medio de la guerra. Hacen la guerra.
La semana pasada nos enteramos de que la pistola que se empleó para asesinar a Ricardo Durán tenía dueño reconocido, tenía aguantadores dentro de Polichacao. Corroboramos una vez más que Chacao no es el municipio insignia de nada sino otro esquema operativo de canalización de violencia política. Es parte del paraestado. Lo cuenta una pistola.
Porque el arma que mató a Durán también mató a Gustavo Castillo Pérez, funcionario de la policía de Los Salias (en los Altos Mirandinos). Pero además, esos mismos aguantadores están detenidos porque el punto de partida que tiene como hilo conductor a Polichacao se le dio comienzo luego del asesinato del mayor general Félix Hernández, comandante miliciano.
Y el silencio asquea si se espera de sus administradores que se comporten como “periodistas” y no como agentes activos de la guerra. Porque la batalla política estrictamente la tienen perdida.
Y para darle mayor altura moral a la madeja de complicidades y omisiones, Ramón Muchacho, el jefe de Polichacao, no defiende a los suyos y los entrega. Se desmarca con la señal cobarde de costumbre. La que le toca por destino. Apenas la semana pasada lo más lejos que llegó fue a pedir que “no se politizara” el caso. Que no se politizara un asesinato político.
Hoy, a una semana de su huida hacia adelante, regurgita que la policía bajo su mando “está siendo acosada por el gobierno”. Apela a la soldadesca de la guerra, apela a los periodistas en su día. Feliz día, hijos de puta.
A Durán ni por nombre lo nombra. Se ha demostrado que la tibieza es criminal.
Algo más podrían estar pergeñando al respecto los adalides de ese mantra mal administrado que antojadizamente les da por llamar “libertad de expresión”, cuando han sido maestros en censura, gestores de silencios. Como lo demuestra la ausencia de palabras sobre Ricardo Durán en sus anonimizados informes y denuncias.
Entonces, la semana pasado el corretaje mediático hizo cuanta alharaca porque fueron interrogados dos “periodistas” de El Pitazo y uno de La Patilla a propósito de un muy oscuro caso de terrorismo el pasado lunes 20 en el Banco Central, cuando una suerte de “unabomber” decidió exigir cifras oficiales sobre la economía mientras disparaba.
El trabajo de los “periodistas” es administrar silencios
Y te quieren hacer vender que fue un acto de libertad de expresión que uno de esos periodistas expusiera el video donde el personaje del BCV expone los motivos (políticos) de sus acciones. Un asunto de seguridad de Estado donde el tal Camacho ni siquiera medió entre su tuit y el contenido del mismo. Editorializó desde su cuenta.
Pero eso apenas fue la pre-campaña para escribir un día como hoy sobre la “ardua lucha” por la libertad de expresión en Venezuela. El Nacional, el domingo 26 de junio, decide publicar un trabajo titulado “Periodismo bajo asedio”, firmado por Diana Sanjinés, en el que con infografías y efectos especiales describen “ataques contra periodistas en las colas” y demás especies, junto al verdadero centro y objeto de la nota: los propietarios de medios.
Hablan para el “reportaje” voceros del CNP, de Espacio Público y del Instituto Prensa y Sociedad (sí, los que recibieron su lote de Panamá Papers y todo les salió medio mal). El discurso oenegizado da todos los malabares que se precisan para que la versión victimizada quedara bordadita. De Ricardo Durán, periodista asesinado con una pistola empleada varias veces y aguantada por Polichacao, nada. Porque mienten al callar. La síntesis de su enemigo es el Estado, y El Nacional pertenece al paraestado, como Polichacao.
Pero además, todo discurso que ahora apunte contra Venezuela y la libertad de expresión, reproducen el esquema con el que Reporteros Sin Fronteras (RSF) realizó su informe anual 2015 y se ocupó de Venezuela, que la ubicaron de puesto 137 de 180 países “escrutados”.
Todo el informe se concentra en los propietarios de los medios, porque la pizarra donde se coloca la cantidad de periodistas asesinados o detenidos, los colaboradores asesinados o detenidos, los “internautas y periodistas ciudadanos” asesinados o detenidos, todos, en su absoluta totalidad suman cero (0, arepa, nada). Pero es con RSF que se levanta la pata de “libertad de expresión” en la que se basa el Decreto Obama.
Y en ese caso sólo cuentan las “víctimas del Estado”. En el informe 2016 es difícil que aparezca Ricardo Durán reflejado. Ya ni hablemos si Ricardo formará parte de las oraciones de la jerarquía eclesiástica que tanto hizo por Nixon Moreno. Ellos son soldados, están en plena guerra, y conmemoran a los suyos. A los del paraestado y su actual política de guerra.
Váyanse a la mierda, “colegas”.
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